El otro día salí con un español. Habíamos sido ciber amigos por muchos años y tocó la casualidad que vino a Chile. Nos conocimos por medio de estas conversaciones bonachonas sobre el mundo, la paz, Dios y todas aquellas cosas.
Entonces, claro, yo tenía una súper impresión de este gallo, pero no lo quería para nada más que para conversar porque yo venía saliendo de otra tortuosa, muy tortuosa historia.
Finalmente, al enésimo intento quedamos en que él me iría a buscar a mi pega, porque yo ya no estaba dispuesta a esperarlo en ninguna parte. Increíblemente llegó con ese paso de estudiante lana que tienen algunos y fuimos por el café.
Con su eterna pedantería, me soltó que tenía poco tiempo, así que apenas me tragara el último sorbo de mi cortado se largaba. Picada, opté por tomar sorbos diminutos, hasta que se aburrió y me preguntó si salíamos a bailar.
"¿No te atreves?", me desafió. Eran las 8:15 pm de un martes y la invitación era para el momento mismo, porque me había advertido que su miedo lo haría correr hasta el infinito y más allá y quizás no nos volvíamos a ver.
Salimos y caminamos un buen rato hasta llegar a un sucucho de Suecia que recién se abría. Éramos los únicos clientes de la noche. Al rato me sacó a bailar.
Lo pensé un buen rato. Tiendo a ser muy conservadora, pero mi orgullo pedía compensación. Así que bueno, qué más daba si las piñas coladas estaban ricas.
Hasta que… me llegó un mail del susodicho explicándome básicamente que éramos unos pecadores porque nos dejábamos llevar por los bajos instintos y que debíamos pedirle perdón a Dios inmediatamente por ello. Además agregaba que no me quería ver ni en pintura porque seguro volvía a pasar (chaaaa!) y que se encerraría un par de días a meditar al respecto.
Me pidió perdón por el mail y me dijo que siguiéramos siendo sólo ciber amigos. Acepté y conversamos un par de veces más hasta que se me ocurrió preguntarle por qué no quería que nos viéramos. "Porque no aguanto las ganas de darte como caja", me soltó tajante.
La conclusión señores y señoritas es: Peor que que una mina cuática se agarre a un tipo, es que ese tipo sea más cuático que ella.
Buenas Noches.
Lala, la ingenua