jueves, 3 de diciembre de 2009

La mujer trofeo

Mucho se ha hablado de los celos, de los exs que no te dejan vivir mientras estás con ellos porque todo los inseguriza: paquean ropa, amigos, Messenger, correo, etc. En su contradicción, quiere que seas atractiva, pero sólo para él.

¿Pero, qué pasa cuando es al revés? Para algunas puede sonar al paraíso, pero no fue mi caso.

Les cuento mi historia: Fui una mujer trofeo, exhibida como adorno al orgullo.

Cuando conocí a mi ex, yo era, supuestamente, el tipo de “mina para presentarle a los amigos” Siempre con la risa a flor de piel, buena alumna, inteligente y con tema. Tenía algunos gustos “de niño”, pero no por eso era un mamarracho: siempre estaba bien vestida y arreglada. Pero detrás de tanta buena onda había un gran problema: ocultaba una autoestima pésima. Era todo lo contrario de lo que era mi ex, al que llamaremos Narciso.

Narciso no era lindo, pero él creía que lo era. Tenía ojos pequeños, el pelo desgreñado y tenía una gran panza. A diferencia de mí, era un hijo consentido, bastaba con que pidiera algo y lo conseguía inmediatamente (su frase favorita era “necesito”). Pero quizás por lo mismo, tenía una personalidad que me pareció atractivísima. Y claro, polos opuestos se atraen.

Lo que más me gustaba, es que él no era celoso, lo que en jerga amiguística llamamos “dejar ser”. Pero había algo raro: cuando sabía de alguien que me encontraba atractiva, su primera impresión era una sonrisa de satisfacción. Sí, una sonrisa, como quien luce el auto deportivo recién encerado. Se lo contaba a todo el mundo, no podía disimular que eso le encantaba. Me presentó a todos: sus amigos de colegio, su familia, sus compañeros, y me enumeró con lujo de detalles todos los comentarios. Narciso era feliz luciéndome: si alguien me miraba en una disco sonreía hacia un costado y me tomaba el brazo con un lado levemente protector, pero no lo suficiente para tapar su trofeo: yo.

Al poco tiempo, todos mis logros pasaron a ser de él. Si me destacaba en un curso, Narciso aparecía, si tenía una presentación de una actividad extraprogramática, él aparecía. Hasta ahí, todo bien, pero… el apoyo nunca fue tal. A la hora de ir a una clase, me pintaba el mono para que me quedara con él, me hacía atados cuando no tenía tiempo para verlo. Así mismo, yo le rogaba siempre que asistiera a una clase en la Universidad, que fuera a dar una prueba. Cada vez que Narciso iniciaba algo nuevo, lo comentaba con bombos y platillos, no aceptaba comentario alguno que saliera del “¡qué bien te sale!”, y al final, como tantas cosas, terminaba abandonándolo, cansado por el esfuerzo que eso implicaba.

Pronto la fachada se comenzó a caer a pedazos. La sonrisa se me borró por un buen tiempo, mi familia comenzó a tener problemas que no podía hacer a un lado. Mis problemas y derrotas no eran parte: Narciso era un dedo acusador, que me insistía en que sonriera aunque no quisiera, en que me viera feliz, sólo porque eso a Narciso lo hacía sentir bien. La formula era simple: mientras yo “luciera” bien, no importaba cuanto fuera mi esfuerzo, las cosas estaban bien con él.

El cariño supuestamente incondicional pasó a amargas amenazas. “No sé si puedo serte fiel”, “ya no sé si me gustas tanto” fueron frases que empezaron a escucharse cada vez más seguido en nuestras peleas. Algún día, me dijo algo que fue lo que me hizo reaccionar: “Antes, cuando eras fuerte, me gustabas, ahora que eres débil, eso ya no me atrae".

Y fue el principio del fin. Lo empecé a sentir como una carga pesada, alguien que se creía más de lo que era. Y, poco a poco, mi amor por él se fue acabando. Hasta que un día, harta de las amenazas, lo terminé dejando yo. Tenía pena, pero a la vez tranquilidad. Al fin podía estar triste o rabiosa si así lo sentía, no me interesaba caerle bien a todo el mundo. Al final, era libre.

Las cosas habían cambiado, pero principalmente, había cambiado yo. Y con el tiempo, encontré a alguien maravilloso que me apoya y me quiere tal cual soy. Me consuela cuando estoy triste y somos felices cuando el otro lo es. Me sigue en todas mis ideas así como yo lo sigo en ellas. Pasé de ser un trofeo a un ser digno de ser querido. Mal que mal, la culpa no es sólo del chancho, sino también del que le da el afrecho.

La Santa Gilda

6 comentarios:

Narvandi dijo...

Nunca he sido trofeo de nadie.

mmm, pero debe de se runa experiencia poco grata.

Creo que no es agradable ningun tipo de degradación.

Un beso

Carita de Gato dijo...

mmmm esto me hace pensar en mi ex, él fue muy consentido por su madre a tal punto que creía que podía tener lo que quisiera y yo siempre fui rebelde,nunca le agaché el moño porque soy segura de mi y también malcriada por mi madre jajaja, y creo que por eso él me idolatraba tanto, me amaba demasiado, hacia lo que yo quería, mis deseos eran ordenes para él...fueron 4 años hasta que...

yo estaba preparando mi examen de titulo y me vino una crisis en donde él me vió débil por primera vez en su vida y en menos de 20 días dejó de amarme,porque yo necesité de él por primera vez y ahí le dio la crisis a él...yo ya no era una fiera, sino qe un corderito y eso no le gustó...él pasó de ser mi sombra a un despreciador de mujeres...lo pateé porque para eso nunca me falta orgullo, y nunca más lo llamé ni nada y a los 3 meses de haber terminado me buscó con su amor de vuelta por mí, totalmente loco y triste, ya no era el que me miraba hacia abajo con aires de superioridad...y obvio que no volví con él porque la desilusión del amor no se recupera, y hoy cuando han pasado 2 años y medio de eso insiste en que soy la mujer de su vida y que solo conmigo se proyecta para casarse...claro, mientras no vuelva a ser la débil corderita

-eme- dijo...

Que dificil es cuando una pasa a ser solo un objeto a obtener para alimentar el ego de otra persona ...
Triste.

% dijo...

que basura

MariaGi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Morocha dijo...

También fui...bueno soy...la mujer trofeo...WTF!....buen post!

 
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