Antes de que comience esta maravillosa entrada, queremos pedir las más sinceras disculpas por no estar actualizando tan seguido como quisieran. Algunas Exs están de vacaciones, otras a full con el laburo y se ha hecho bien complicado coordinar las actualizaciones. Pero Marzo se viene con varias y buenas sorpresas así que sigan sintonizándonos. ¡Gracias por su paciencia!
Queridas mías, las invito a ponerse una mano en el corazón, a hacer memoria y contestar la siguiente pregunta: Nosotras, al empezar una relación, siempre sabemos más o menos cuánto va a terminar, ¿no? No me refiero a saber exactamente cuánto, pero siempre hay una idea.
Esa sensación de “sí, yo tal vez llegaría a considerar casarme algún día con él” o “me estás webiando, ¿no?” se sobreviene después de unos pocos días, o incluso horas, y suele convertirse en una vocecita delicada que recuerda, cada cierto tiempo, que andar por la vida dando jugo o perdiendo el tiempo a veces no es muy bueno.
Me explico, cuando empecé mi relación con José habían unas cien cosas de mí que él odiaba, por ejemplo, mis gritos, mi afán de confrontar a la gente, mi poca paciencia, mi puntualidad, mi obsesiva necesidad de coordinar qué se iba a hacer y dónde por lo menos el día antes, mis comentarios ácidos cuando sus amiguitas buscaban monedas en sus bolsillos, etc. Y cien cosas de él me molestaban a mí: la relación enfermiza con su padre, el odio parido hacia su hermana, la adoración sin límites hacia su madre, sus amigos abusadoras y excluyentes, su impuntualidad, su desorden, etc, etc.
Visto en retrospectiva la relación estaba condenada al fracaso desde antes de empezar.
Pero como yo soy bruta, y en ese momento pensé que había amor y que ese amor era mutuo, démosle, total, si se quiere se puede, cierto?
Mentira.
En mi relación previa con Andrés, también me molestaban cosas, su incapacidad de enfrentar a sus padres era una, sus eternos juegos de niño chico, etc. Y supongo que habían cosas de mí que le molestaban, como por ejemplo el hecho de que yo no bailaba axé, pero no me lo dijo en el momento adecuado.
Pienso, entonces, que son esos detallitos los que dan pistas de cómo se viene la mano.
Si a eso le sumamos la percepción de los amigos, y de la familia, junto con otros eventos, como por ejemplo las ganas impulsivas de ver a algún viejo amigo, o el eterno suspiro cuando el muchacho te pide un favor, bueno, no es ningún misterio que la cosa se está apagando, y si no nos damos cuenta es porque no queremos darnos cuenta.
Pienso, también, que el tema de la cama puede ser un indicador de que la cosa va bien, mal, o da para largo. La buena cama, la complicidad, el placer, el hecho de que después de den ganas de dormir, fumar, comer o querer empezar de nuevo son decidores, pero no definitivos.
A veces uno se acuesta por amor, por bronca, por odio, por ocio, o por calentura, entonces al final este es solo un indicador de qué tanto nos gusta la cacha, y nada más.
Pero sumando los distintos factores, yo creo que podemos saber, que podemos tener una idea, para que un desenlace (“no eres tú, soy yo”) u otro (“quieres vivir conmigo?”) no nos pillen tan en frío, ¿no creen?
Leonor
Queridas mías, las invito a ponerse una mano en el corazón, a hacer memoria y contestar la siguiente pregunta: Nosotras, al empezar una relación, siempre sabemos más o menos cuánto va a terminar, ¿no? No me refiero a saber exactamente cuánto, pero siempre hay una idea.
Esa sensación de “sí, yo tal vez llegaría a considerar casarme algún día con él” o “me estás webiando, ¿no?” se sobreviene después de unos pocos días, o incluso horas, y suele convertirse en una vocecita delicada que recuerda, cada cierto tiempo, que andar por la vida dando jugo o perdiendo el tiempo a veces no es muy bueno.
Me explico, cuando empecé mi relación con José habían unas cien cosas de mí que él odiaba, por ejemplo, mis gritos, mi afán de confrontar a la gente, mi poca paciencia, mi puntualidad, mi obsesiva necesidad de coordinar qué se iba a hacer y dónde por lo menos el día antes, mis comentarios ácidos cuando sus amiguitas buscaban monedas en sus bolsillos, etc. Y cien cosas de él me molestaban a mí: la relación enfermiza con su padre, el odio parido hacia su hermana, la adoración sin límites hacia su madre, sus amigos abusadoras y excluyentes, su impuntualidad, su desorden, etc, etc.
Visto en retrospectiva la relación estaba condenada al fracaso desde antes de empezar.
Pero como yo soy bruta, y en ese momento pensé que había amor y que ese amor era mutuo, démosle, total, si se quiere se puede, cierto?
Mentira.
En mi relación previa con Andrés, también me molestaban cosas, su incapacidad de enfrentar a sus padres era una, sus eternos juegos de niño chico, etc. Y supongo que habían cosas de mí que le molestaban, como por ejemplo el hecho de que yo no bailaba axé, pero no me lo dijo en el momento adecuado.
Pienso, entonces, que son esos detallitos los que dan pistas de cómo se viene la mano.
Si a eso le sumamos la percepción de los amigos, y de la familia, junto con otros eventos, como por ejemplo las ganas impulsivas de ver a algún viejo amigo, o el eterno suspiro cuando el muchacho te pide un favor, bueno, no es ningún misterio que la cosa se está apagando, y si no nos damos cuenta es porque no queremos darnos cuenta.
Pienso, también, que el tema de la cama puede ser un indicador de que la cosa va bien, mal, o da para largo. La buena cama, la complicidad, el placer, el hecho de que después de den ganas de dormir, fumar, comer o querer empezar de nuevo son decidores, pero no definitivos.
A veces uno se acuesta por amor, por bronca, por odio, por ocio, o por calentura, entonces al final este es solo un indicador de qué tanto nos gusta la cacha, y nada más.
Pero sumando los distintos factores, yo creo que podemos saber, que podemos tener una idea, para que un desenlace (“no eres tú, soy yo”) u otro (“quieres vivir conmigo?”) no nos pillen tan en frío, ¿no creen?
Leonor