jueves, 23 de julio de 2009

Retroceder nunca, rendirse jamás

Creo que si hay algo a lo que todos aspiramos es a llegar a algún momento de nuestras vidas en donde podamos decir, de corazón, que no hay remordimientos ni arrepentimientos. Que la vida se dio como se dio y uno se la jugó al todo o nada. Poder estar en paz con el pasado.

Me gusta considerarme una persona jugada. Aunque cueste y salga medio averiada, me gusta entregarme al mil por ciento. No me gusta quedarme con la sensación de que podría haber hecho más, que podría haber ido más lejos, que si hubiese avanzado un poco más a lo mejor habría alcanzado mi cometido. Y lo que puede sonar como algo bastante positivo, para mí es un karma. Es el enemigo interno con el cual tengo que luchar cada día para que no me juegue malas pasadas.

La primera parte de mi pololeo con Antonio fue casi de película: nos parecíamos en tantas cosas, nos gustaban otro tanto más. Pasábamos horas caminando conversando de todo y de nada. Y durante un tiempo, un buen tiempo, fuimos muy felices.

No recuerdo exactamente cuando todo eso cambió. Cómo de a poco nuestra bella relación se convirtió en una batalla campal de egos, una eterna competencia de quién podía manipular más a quién. Y eso de ser "jugada" comenzó a pasarme la cuenta.

Cuando me acuerdo de todo esto, al menos ahora conozco el momento en el cual debí haberme dado por vencida y dejar que cada uno siga su rumbo, por último por la sanidad mental de cada uno. Pero no, maniática y obsesiva como soy (dos conceptos similares, mas no iguales) me empeciné en hacer funcionar a toda costa la relación. Me puse como los caballos de carrera, solamente era capaz de moverme hacia adelante con todas mis fuerzas, arrastrando todo, intentando alcanzar una meta que ni siquiera tenía clara.

Eventualmente mi propia testarudez se rió en mi cara. Los dos habíamos puesto todas nuestras esperanzas en una relación que, por mala que fuera, era lo único bueno que teníamos en la vida en esos momentos. Así que cuando finalmente logramos ponerle un punto final a la situación fue un espectáculo monumental.

Por mucho tiempo culpé al pobre Toño de todo el asunto. Era incapaz de mirarme al espejo y reconocerme dentro del monstruo en que me había convertido ¿Siempre es tan fácil culpar a los demás en vez de asumir las propias responsabilidades? Supongo que sí.

Ahora, cada vez que me acuerdo del Toño, Robbie Williams susurra a mi oído:
I loved the way we used to laugh, I loved the way we used to smile
Often I sit down and think of you for a while
Then it passes by me and I think of someone else instead
I guess the love we once had is officially
Dead
Juana La Loca

3 comentarios:

Tirity dijo...

Eso del caballito de carreras me encantó... Es cierto, una se ciega completamente con tal de lograr esa felicidad que se tuvo antes...
Te ciegas a todo, y es cuático, porque todo el mundo se da cuenta, y algunos (los mas amigos) te lo señalan y aún así una no aprende

Abrazos
Tity

Honeyinyourcoffe.- dijo...

amo esa canción de robbie, creo me refleja mucho ahora.

me senti demasiado identificada al leer lo que pusiste. Creo aveces, tambien soy como un caballo de carrera y me esforze tanto que la relacion funcionara que de apoco se fue derrumbando lo mejor q me habia pasado. Aveces el remordiemiento pesa, pero creo es mejor introducirnos en la mente y tranquilizarla, intentar estar bien como sea.


saludos

Anónimo dijo...

Feliz Cumple años de Blog!!!
Ahora me pongo al dia!!!
Besos

 
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