Más que conocido es el dicho de que “el pasto siempre es más verde en otro lado”, y que cuando las cosas no andan muy bien en nuestras propias vidas nos ponemos a mirar las ajenas, o incluso, añoramos algo que tuvimos y que consideramos mejor que el presente. Eso no tiene nada de raro. Lo que me causa gracia es como la percepción de la propia historia puede cambiar, no necesariamente en la medida que creces, sino en la medida en que cambian tus circunstancias.
Yo solía idealizar mi relación con Alonso o, al menos, un período de ella. Cuando las cosas estaban bien, no teníamos aún ningún problema y sólo nos amábamos y éramos felices. Creo que por mucho tiempo pensé que quizás manejando las cosas de otra forma, esa felicidad idealizada se podría haber mantenido por mucho tiempo más. En mis relaciones posteriores a la que tuve con él, si bien tuvieron cosas buenas y malas como todas las relaciones, curiosamente aguanté cosas más graves que los problemas que tuve con Alonso. No porque haya estado con mala gente, -como he dicho antes, considero que he tenido bastante suerte con mis exs ya que todos son buena gente- sino porque permití que ciertas situaciones se perpetuaran por más tiempo del que debí haberlo hecho y acaso porque eran personas que si bien no sé si sus demonios interiores eran mayores que los de Alonso, pero definitivamente los manejaban peor. Al menos en un caso, esto era muy notorio, pero ésa es otra historia.
Ahora que las situaciones han seguido cambiando y por fin me encuentro realmente bien, miro hacia atrás, y sin la más mínima intención de menospreciar lo que tuve, puedo decir que por fin pude dejar de idealizarlo y darme cuenta que las cosas nunca fueron perfectas. Que él nunca fue un ser perfecto (bueno, eso siempre lo supe, pero alguna vez lo consideré, al menos, perfecto para mí) a quien las circunstancias le jugaron en contra. Aún en ese período en que no teníamos grandes problemas y éramos muy felices, ya comenzaban a notarse los problemas subyacentes, que más tarde cobrarían fuerza y se convertirían en nuestros problemas, los que llevaron nuestra relación al inminente fracaso.
Ahora me doy cuenta que si bien ambos pudimos manejar mejor muchas situaciones, habían cosas que al menos yo, no podía cambiar. Como su escasa empatía. Estamos hablando de una persona que ni siquiera podía identificar sus propios problemas. Con razón no lograba entender los míos, ¡y para qué hablar de los que tuvimos como pareja! Era alguien a quien podías decirle infinidad de veces “esto anda mal”, lo reconocía, lo aceptaba, y no hacía nada al respecto, o al menos no por mucho tiempo. Era alguien a quien podías contarle tus más angustiantes temores y te miraba con cara de “¿para qué te preocupas tanto de eso?”. Una vez estuve tentada a responderle que yo, a diferencia de él, enfrentaba mis problemas para poder superarlos, en vez de ignorarlos y bloquearlos como hacía él, para que crecieran y crecieran y luego no supiera por donde empezar.
Ese era Alonso, y una parte de mí siente pena de que sea así, y espera que realmente haya aprendido de sus experiencias, cambiado y crecido. Porque no es que fuese un tipo insensible, al contrario, conociéndolo aprendí que sentía muchas cosas, pero generalmente las bloqueaba porque, por la forma en que vivía su vida en el momento en que nos conocimos, no había espacio para dejar sus sentimientos, miedos, angustias o preocupaciones libres. Así que los reprimía, y ni él mismo era totalmente consciente de ellos. Cuando se deprimió, no sabía ni entendía qué le pasaba, mucho menos qué había provocado su estado. Ahora comprendo tan claramente, siempre fue así, aún cuando “estaba todo bien”. ¿Cómo podía yo pretender que alguien sin el más mínimo dominio ni comprensión de sus emociones lograra comprender nuestros problemas de pareja, intentar enfrentarlos y solucionarlos?
No puedo guardarle rencor a Alonso. Admito que por algún tiempo lo hice. Por un sinfín de razones que serían material para otro post, totalmente distinto. Pero ahora ya no puedo. No ahora que entiendo todo de la forma en que lo hago. No ahora que veo que nuestra historia, simplemente, nunca estuvo destinada a tener un romántico final feliz. Hay historias que no lo están, y eso no las hace malas, ni tristes, ni a quienes intentamos construirlas unos fracasados por no haber logrado ese anhelado final de película. Simplemente somos seres humanos, que nos caemos, nos levantamos con dificultad, intentamos aprender de nuestros errores, nos sobamos los golpes y las heridas, esperamos a que cicatricen, y volvemos a comenzar. La mayor parte de las personas lo hacemos con la mejor intención del mundo. A veces fallamos, pero es sólo para prepararnos para esa historia que sabes que sí tendrá un final feliz. A veces nos falla la paciencia también, y sentimos que nunca llegará. Pero de que llega, llega, y de pronto todas las experiencias vividas se convierten en un aprendizaje necesario. Todas las personas a las que hemos conocido, en importantes piezas de un puzzle que vamos armando para convertirnos en la mejor persona posible que podíamos llegar a ser. Y Alonso y yo no somos ni más ni menos que eso, dos personas honestas, que lo intentaron, honestamente lo intentaron, cometieron errores y además les fallaron un poco las circunstancias, personas que no estaban destinadas a tener un romántico final feliz, pero sí un final feliz al fin y al cabo, por separado, con otras personas y el mutuo aprendizaje que logramos gracias a nuestra relación. Y siempre le estaré agradecida por eso.
Faye